Carta

Miércoles, 16 de octubre

Y bien, ¿qué somos?

Han pasado alrededor de dos semanas desde que estuvimos “juntos”.  Nos hemos envuelto en intercambios de palabras que no llevan a otro fin más que un saludo cordial. Es evidente que sigue una atracción latente entre ambos, pero nos hacemos los ciegos, sordos y mudos.

 La primera vez que me topé con tus ojos, te odié. Ese día me acerqué a la puerta de la sala de conferencias, quise ver quién era el conferencista y si aún había espacio disponible para mí y mis compañeros. Estabas en la puerta, cual carcelero vigilando reos. De inmediato tapaste el pequeño hueco de la puerta y al mirarnos, tu expresión cambió a un adulto que le quita un dulce a un niño, con toda la intención de hacerlo llorar. Desgraciado, pensé enseguida. Di media vuelta y, con la guardia baja, nos alejamos a esperar otra conferencia, a otro horario, con otro tema, pues tú me impediste el paso.

Oh sorpresa cuando supe que aquel detestable hombre sería ahora mi guía. Resultó que teníamos aspectos en común y el mejor de todos, creo yo, era el hacernos reír. Algunos compañeros lo notaron y me hicieron ver que mis mejillas se sonrojaban al unísono de  tus “bromitas”, pero no hice caso y seguí expresándome cuando pedías opiniones.

Así llevamos nuestra convivencia durante dos semanas, me gustaba compartir el tiempo contigo aunque no fuera de manera directa y creo, pasaba lo mismo de tu parte.

El día de revelaciones, todo me dio un vuelco. No creí que llamara tu atención con la intensidad que me confiaste, mucho menos que yo confesara, me atraías de forma descomunal. ¿Amor?, no. Era, o es, y puedo apostarlo aunque no sea fan de juegos de azar, a que era lujuria, pasión y sensualidad. Sin embargo, tus comentarios no me hacían pensar en otra cosa que; este hombre se ha prendado.

¿Qué otra cosa podría intuir?, tus comentarios y escritos solo trataban del amor, de la soledad que te rodeaba y el absoluto sentimiento de haber encontrado a alguien justo para ti. Mi lógica no alcanzó para darme cuenta de que aquellos escritos, ni tenían mi nombre entre líneas, ni te tocabas pensando en mí si fantaseabas.

Entonces, comencé a desprenderme de aspectos que ya había marcado como gloriosos y familiares. Tu risa fue la primera que salió de mi mundo lleno de encanto. Ahora me resultaba común. Tus ojos verdes, el color aceitunado que me cautivó de noche y me alegraba en fines de semana, ya no lo hacían más. La forma de tus labios dejaron de seducirme, para abrirme paso a un sinfín de preguntas, ¿por qué son tan grandes?, ¿por qué son tan rosados?, ¿por qué no se calla?, parecía una niña de cinco años.

Y como esos, otros aspectos que me entusiasmaban en ti. Alguna vez, dentro de esos días de felicidad, me pregunté cómo sería el día que me dejaras de gustar, la hora en que mi pecho no se acelerara con solo verte y mi cabeza buscara el origen de tu voz para escucharte y verte al instante. Esas preguntas, se han ido al carajo.

No sé qué me molesta más, si verte pasar y saber que me sigues observando o encontrarte entre pasillos con otra chica.

Desconozco si hablaremos de esto algún día pero ahora te digo; que no me eres necesario. Que las rupturas dolorosas las dejé un día entre uno de los cajones de mi habitación, cerré con llave y la perdí. Que si te veo y sonrío es porque no te deseo algún mal. Que deseo seas feliz.

No sé cuándo leas esto, por eso dejé fecha. Ignoro muchos de los detalles que nos llevaron a estar juntos y compartir momentos tan excitantes como prohibidos, ir de la mano y cerciorar que nadie nos veía, era de lo más divertido.

Y te preguntarás, quizás al igual que yo ¿Qué somos?  Bueno, no sé qué somos, pero sé qué fuimos. Fuimos porque creímos que había algo. Fuimos porque nos gustaba pensarnos juntos. Fuimos porque tu piel y la mía se reconocían cuando nos acercábamos y nuestros labios se cubrían del frío. Fuimos un instante y como fue fugaz, no duró. Fuimos una esperanza que mató la soledad de ambos. Pero ya no.

Decidí, no alejarme de ti, porque por ahora es imposible, sino, aceptar. Aceptar que ya no somos. Que eres y soy, de forma individual como ha sido y será siempre. Acepto que todo fue muy rápido y así mismo terminó. Fueron semanas de felicidad que agradezco, días llenos de un placer extraordinario, casi increíble. Y, como dice la canción, así fue.

P.D Si te vi a los ojos y acaricié tu rostro sin decir una sola palabra al entregarte esto, es porque me cagan las despedidas. Me llena de rabia la lloradera y soy más imbécil de lo que creía al no decirte esto de frente. Pero no me juzgue querido, porque ambos; nos encontramos entre letras y así es como decidí terminarlo.

PD 2 ¿Se valen dos PD’S?, bueno, ya lo hice. Hay algo que siempre quise decirte, y que solo podrás saber a través de este medio; me excitan los hombres más altos que yo, con barba, con voz masculina y manos grandes…tú fuiste una excepción a todo ello, pero lo compensabas con tu habilidad de la palabra y esa gran memoria.

 

Sé feliz, que no esperaré a que lo seas toda una vida para que yo comience a hacerlo.

J.

13 pensamientos en “Carta

Replica a J. Rooney Cancelar la respuesta